La crisis del Covid-19 está dejando al descubierto la falta de escrúpulos de la patronal de nuestro país. En muchos casos, la salud de las personas ha sido la última prioridad, ya que se ha tratado de mantener la producción contra toda lógica, sin dotar a los trabajadores y las trabajadoras de los medios necesarios para evitar los contagios.

La siniestralidad laboral, que no ha dejado de crecer durante los últimos años, con incrementos de hasta doble dígito en algunos de los sectores más precarios, tendrá en 2020 datos todavía más trágicos.

Los políticos tampoco han estado a la altura. Y es que donde hay muertos suele haber buitres. Lejos de trabajar para que el Covid-19 no incrementase sus terribles efectos sobre la población, hemos asistido a un debate diario tan repugnante como estúpido.

La externalización de servicios públicos y, en concreto, el aniquilamiento de la sanidad pública en beneficio de unos pocos intereses privados, ha acelerado el colapso de nuestro sistema sanitario. Ambulancias que llegaban demasiado tarde, hospitales sin los medios necesarios, donde el colapso ha dado lugar a un triage escandaloso para decidir qué vidas se salvaban y cuáles se daban por perdidas.

Las personas que trabajan en los hospitales han hecho y siguen haciendo todo cuanto han podido. Pero se han tenido que enfrentar a este terrible virus sin las más elementales protecciones de seguridad. La salud de estas personas no ha importado, ni tampoco las de sus familiares.

Cuando el pico de muertes diario no dejaba de aumentar, se recurrió a una paralización de trabajos no esenciales que terminó siendo un nuevo paso en falso, ya que un número exagerado de empresas consideraron su actividad como crítica y esencial. Ni la inspección de trabajo ni las consejerías de salud de las distintas comunidades autónomas hicieron nada por evitar la imposición del criterio empresarial.

Este 28 de abril debemos recordar el valor que tiene la salud laboral dentro del mundo del trabajo. Nuestras vidas valen más que los intereses de unos pocos. Si la siniestralidad laboral derivada de accidentes de trabajo ya era insostenible, la realidad vivida a raíz del Covid-19 demuestra que el problema no estaba en la falta de previsibilidad de los hechos: se trata de un problema mucho más profundo, de un problema moral que procede de la imperdonable deshumanización del mundo del dinero.

Si esta crisis nos está enseñando algo es que no podemos vivir el primer día después del confinamiento como si no nos hubiéramos enterado de nada. Porque exigir medidas preventivas es defendernos en el sentido más literal de la palabra. Defendernos a nosotros y nosotras y a nuestras familias.

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